Un día iba yo paseando por la Plaza Mayor cuando de pronto me choqué con un hombre con un atuendo inusual para el buen día que hacía. En ese momento reparé en sus facciones, que me eran significativamente familiares, esas cejas prominentes y ese gesto de incredulidad continua no podían ser de otra persona que de René Descartes, aquél filósofo que tanto me había llamado la atención en las clases de filosofía, aquél que todo lo dudaba y que hizo que esto se convirtiera en método. Inmediatamente le cogí del brazo, y ahí empezó nuestra conversación que más o menos era así:
- Usted debe de ser René Descartes, no puede ser otra persona.- afirmé con una sonrisa.
- ¡Vaya! Me conoces... Entonces haz el favor de hablarme de tú.- me contestó con otra sonrisa.
- De acuerdo. Oye, ¿te apetecería tomarte un café conmigo en esa cafetería?- pregunté.
- Claro, ¡vamos! Por cierto, ¿cuál es tu nombre?
- Irene, encantada.- dije mientras le tendía la mano, que él me besó, lo que me pareció muy raro, luego me di cuenta de que ese hombre venía del siglo XXVII, y que era un saludo normal para él.
Una vez nos habíamos instalado en nuestra mesa, comenzamos a filosofar.
- Dime, Descartes, ¿ por qué dudar de todo, tan mal estaba la filosofía?
- No sabes hasta qué punto, se había descubierto que la tierra no era el centro del universo, mucha gente enloqueció con eso, era un cambio de concepto demasiado grande y nuestra sociedad era muy cerrada, la única salida que encontré para solucionarlo era poner en duda todo lo que había pasado anteriormente.
- ¿Y a qué conclusión llegaste?
- Pues me di cuenta de que lo único que los seres humanos no podemos dudar es que dudamos, cogito ergo sum, ¿entiendes?
- No, porque a lo mejor somos robots que estamos siendo dirigidos por una fuerza mayor...
- Para empezar, no sé lo que es un robot, y para terminar, al hacer esa divagación significa que estás pensando y por lo tanto existes, está muy claro.
- Vale, digamos que es así pero sigo sin entender muy bien lo de la duda...
- Te lo explicaré mejor: se debe dudar de todo por la falta de acuerdo de los anteriores filósofos que no hacían otra cosa que darle vueltas a lo mismo y criticarse los unos a los otros, después está la falacia de los sentidos, que el conocimiento que nos aportan es falso, el argumento onírico, ya que no sabemos si estamos despiertos o soñando, la existencia de Dios que no es posible que nos creara para que nos engañemos en todo, la no existencia de un genio maligno que nos engañe en todo y la falta de método.
- Ahora me queda mucho más claro, osea que lo único que tenemos seguro es la existencia del yo y de Dios.
- También el mundo porque al existir Dios, que no nos puede engañar, lo que percibimos tiene que existir, por ello existe el mundo.
- Vale, ahora sí que me ha quedado claro. Pues sacaré un 10 en el examen con esta información. Gracias Descartes.
- De nada Irene y gracias por devolverme a la vida, aunque sólo sea en un sueño.
Entonces, mis ojos se abrieron, miré el reloj y eran las siete de la mañana. Desde luego el argumento onírico era totalmente cierto, cuando sueñas parece todo tan real que lo puedes confundir con la realidad...
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