Un verano mi familia y yo decidimos ir de viaje a Cuba. Hubo un momento en el que me quedé sola observando el mar. Entonces un hombre me ofreció sentarme en una terraza a tomar un café cubano muy famoso. Al sentarme vi que al lado había un hombre con largas barbas que no hacía otra cosa que sonreír. Con curiosidad le pregunté:
- ¿Qué es lo que le hace tanta gracia?
- No es gracia, sino que soy muy feliz en este idílico lugar.- contestó con acento alemán.
- Por lo que veo usted no es de aquí, ¿qué es lo que le parece tan idílico?
- Han seguido mis consejos, han establecido un régimen comunista.
- ¿Sus consejos?
- Soy Marx, el mayor defensor y creador del comunismo.
- ¡Vaya! ¿ Y qué opina usted sobre sus resultados?
- Creo que podrían ser mejores, por lo que parece mi teoría de que el proletariado acabe con el caciquismo es bastante utópica porque aquí ya he visto algunos pobres, pero los del gobierno no pasan hambre, eso te lo aseguro.
- La gente tiene miedo Marx.
- Ya, pero si todos los proletarios se unieran podrían con ellos, no puede ser que les exploten de esa manera, les alienan, les quitan lo que es suyo, su trabajo con el que lo único que pretenden los burgueses es lucrarse, obtener una plusvalía.
- Es cierto, los seres humanos no tendríamos que degradarnos los unos a los otros, deberíamos trabajar para nosotros mismos, sin que unos obtuvieran mayor beneficio que otros, teniendo todos lo mismo.
- Exactamente, muy bien dicho.
- Pero, por lo que veo, muchos se han acostumbrado a tener caprichos, a vivir con unas buenas condiciones, por lo que no podrían pasar a tener una vida sin esos caprichos.
- Los caprichos son innecesarios, al igual que la creencia en Dios y demás cosas que creemos necesarias.
- ¿Por qué dices lo de Dios?
- Porque he visto que aquí, en La Habana, hay mucha gente que cree en Dios y esto sólo quiere decir que la gente es ignorante, que se escuda en la imagen de un Dios protector para que les sea más fácil vivir las desgracias, lo cual también es cobarde.
- La religión forma parte de sus costumbres.
- Y eso es precisamente lo primero que se debe eliminar, la costumbre.
En esto, mi familia había vuelto a buscarme, por lo que me levanté de la silla y le di la mano a Marx, y le dije:
- Espero que algún día tu utopía se convierta en realidad, porque hasta ahora no ha funcionado como debería.
Él se limitó a suspirar y asentir, y así acabó nuestra conversación, que me dejó un buen sabor de boca por el delicioso café que tomé.
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